viernes, 25 de septiembre de 2015

¿ME ESCUCHAS?


¿Me escuchas? Seguro que sí. Aunque tengas los ojos cerrados, puedo adivinar que me miran tus bellos ojos del color de la miel, y mira, estoy sonriendo para ti.
No, no estoy llorando, sólo me hace un poco de frío.
Sí, sí, estamos solitos los dos, igual que cuando te leía los cuentos que tanto te gustan, cuando eras chiquita, estoy sentado al lado de tu cama.
Y aquí me quedaré, no me moveré de tu lado hasta que despiertes y me beses.
Siempre te lo dije, no existe fuerza sobre la tierra que pueda separarme de ti, y siempre cuenta conmigo, mi niña, hija querida.
Alguien me dijo alguna vez que a las personas que se sienten solas, hay que acompañarlas con la voz. Y tú no estás sola. Tú conoces mi voz y no me callaré, inventaré palabras nuevas, te contaré todos los cuentos que te inventaba, de chiquita, te hablaré de lo mucho que extraño tus caricias como aleteos de ángeles, y tu piel de durazno en flor.
Y tus lágrimas.¡ Ay hija mía! luz de mis ojos.
Muchas veces apagué esa luz con tus lágrimas, más hermosas que el rocío de la mañana.
Me arrepiento con el alma de alguna vez, haberte hecho llorar.
Te leeré poemas nuevos que escribiré sólo para ti, como a ti te gustan, del amor y la vida, pero no me callaré, mi voz será tu compañía, todo el tiempo, y te ayudaré a despertar.
Y en ese instante, despertaremos juntos a la vida, o moriré por ti.
¿Te acuerdas cuando eras bebé y llorabas como loca y yo te acostaba desnuda sobre mi pecho, te agarrabas de mis pelos y te dormías? Yo te miraba con todo el amor del mundo, se me anudaba la garganta y nublaban mis sentidos.
Dejó de llover, mi niña, mira el sol de la vida, está sorteando las nubes y un pequeño rayito de luz entró por la ventana y se estacionó en tus pies, te trae y me trae una nueva esperanza.
Ayúdame a ayudarte hija, escucha mi voz, te tomo la mano y la aprieto en mi corazón. ¿Lo sientes?. Late sólo para ti.
Dejo tus manos entre la mías, están frías, las mías te las entibiarán.
¡Dios Mío de mi alma, te lo ruego, quítame la vida, pero sálvala a ella!.¡Déjala crecer y amar! Yo quiero llevarla hasta Tu Altar, en su casamiento.
¿Sabes, querida niña? Siempre me gustó tu risa, fuerte y franca, cuando en broma te burlabas de mis bermudas y mis ojotas.
Tu hermana, tu novio, tu madre y todas tus amigas que te aman también están contigo. Sólo nos separa de ellos la puerta de la habitación.
¿Me escuchas?, siento que se entibian tus manos y mi corazón reboza de esperanzas. Estoy contigo, hija querida, ¡cuánto te amo!.
¿Me escuchas? Todas las máquinas que tienes conectadas comenzaron a destellar distinto.
¿Me escuchas, hija? Traje tu teléfono con la canción que tú me dices me recuerdas a mí, escúchala, te lo acercaré despacito. Despierta, hija, y cántamela como siempre, con tu dulce voz.
Ay mi niña, toda mi vida eres tú, si tú no estás conmigo, no me importa vivir.
Y, sí, estoy llorando, estoy aprendiendo a llorar. Mis lágrimas mojan mis besos y tus manos entre las mías.
Déjame descargar la angustia y el desespero, que me parten el alma, mi niña querida.
Pasan por mis ojos los recuerdos de todas las imágenes de los hermosos momentos que viví contigo, desde que tú naciste, hija mía.
Estamos solos. Me callaré sólo un momento, hasta que seque mis lágrimas. Pero sostendré tu mano entre las mías.
¡Dios mío, cuanto te amo!.
Hola, papá…. No llores, papá.

Manuel F. Romero -Argentina-

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