domingo, 27 de septiembre de 2015
NI IDEALISTA NI POSITIVISTA
(Artículo de 1917)
No soy idealista ni positivista. No soy idealista, porque no gusto de idealizar las cosas de manera que parezcan lo que no son. Y no soy positivista, porque he visto hace tiempo que los llamados positivistas, a fuerza de desdeñar las musarañas de los idealistas, se pegan tanto de las cosas, de las cosas mirables, tocables y comibles, que acaban por no ver sino aquella parte más superficial, más ramplona, más tosca, transitoria y engañosa de la vida.
Para los idealistas, el mundo es sólo un pretexto para que se manifieste en todo su esplendor la virtualidad de tal o cual principio, de tal o cual idea.
Para los positivistas, todo lo que no sea medible o pesable, todo lo que no huela a ciencia, esto es, a anotación y comprobación machacona, enfadosa, pedantesca, limitada y pueril del mero hecho, o sea, del mero fenómeno u orden de fenómenos, es música celestial y sólo merece el desdén más olímpico.
De modo, que, en mi sentir, unos y otros se equivocan de medio en medio. Iba a decir que los unos por carta de más y los otros por carta de menos, pero, pensándolo mejor, digo que ambos por carta de menos.
De menos, sí; porque unos y otros achican, empequeñecen el misterio inmenso de la vida y tratan la compleja maraña de lo existente como si de ella se pudiera hacer una bolita y metérsela en el bolsillo. De cartón pintado la bolita de los idealistas, de carne o de piedra la bolita de los positivistas. Para los primeros la bolita es la idea, lo que ellos llaman campanudamente un ideal, un principio, una norma preestablecida de acción. En cambio para los positivistas, la bolita es lo concreto, lo sujeto inmediatamente a experimentación... y a masticación.
Y lo cierto es que basta un poco de visión serena de las cosas para descubrir que tan disparatada es la idealización sistemática, que saca puerilmente de quicio las cosas y nos las presenta como debieran ser y no como efectivamente son, como la estulta manía positivista de no querer ver más que lo que está a dos dedos del observador. Tan ciego y tan tonto es el que por querer mirar demasiado alto no se da cuenta de lo que tiene a su lado, como el que por no querer mirar más allá de sus propias narices acaba por no ver.
Soy, pues, realista, esto es, hombre que acepta la vida tal como es, sin adulterarla, sin mixtificarla, sin querer volverla una novela cursi como lo hacen los románticos, ni tampoco un jamón o una máquina como pretenden los positivistas.
La vida unas veces me araña y me hiere, y otras veces, muy pocas, me arrulla y acaricia, pero siempre es la Vida, esto es, la marejada inmensa, encrespada, convulsa, rugiente y enigmática de la cual soy yo a manera de simple burbuja tornátil, sujeta al ilusorio vaivén del sufrir y el gozar, del vivir y el morir.
¿Quién soy yo, mísera burbujita, para hacerle ascos a la marejada de que soy parte y pretender que se vuelva merengue para adaptarla a mi gusto, a mi gusto personal, limitado y mezquino?
En la marejada estoy, con ella voy fundido en calidad de gota, y aquí hoy y allá mañana, comprendo que mi sino es mirar, y observar, dar mi nota, mi temblor, mi fulgor, en el concierto de la vibración universal. Y tanto cuando el choque con los hombres y las cosas me de la sensación de caricia, como cuando me da la sensación de zarpazo, me repliego y me hundo dentro de mí mismo, y allá dentro, como dentro de un templo, la emoción religiosa del enigma de lo eterno me visita, y con sólo vivir, y con sólo sentirme minúscula parte de un todo infinito, la carga de mi propia existencia se aligera... y en el latido de mi sangre acabo por sorprender y por gozar el eco alucinante del jadeo colosal de lo inconsciente en su pugna incesante por hacerse consciente.
Y vale más, vale mucho más la impresión fugitiva de este inmenso eco, que el merengue empalagoso de los idealistas o el jamón feo y pesado de los positivistas...
Publicado en el blog nemesiorcanales
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