domingo, 13 de abril de 2014

OBRADOR


Máquinas viales se mueven por Monroe
—dinosaurios amarillos, hozando—:
bulldozers y retroexcavadoras
afanosas en remover tierra coghlense
para enterrar el antes.

Un atareado hormigueo de play-mobil
cambia un proscenio conocido
donde otros personajes actuaron múltiples escenas
de un libreto Buenos Aires siglo XX
y ahora, silenciosos, hacen mutis por el foro.
Dirigidos por eficientes ingenieros,
tramoyistas dinámicos montan otra escenografía
—telón de fondo del nuevo milenio—,
donde jugarán sus papeles novísimos actores.

Ya nadie esperará a que pasen los trenes:
cruzarán por debajo con su apuro;
alguien recordará las barreras,
las cuádruples vías de dos ferrocarriles,
la casilla del cambista,
y muchos ni sabrán cómo era entonces.

Este trajinar obrero del hierro y el concreto
acerca al hoy el Coghlan de mañana.

El del paso a nivel de fatigosa espera
—su alarma hurtadora del silencio—,
perdurará en qué fotografía que no tomé,
y deba recrearlo con el calidoscopio del recuerdo.

Del libro Cielo de Coghlan de RUBÉN DERLIS -Argentina-

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