jueves, 23 de enero de 2020

AMANTE DEL BRILLO


Las aves silvestres son abundantes, revolotean sin ser molestadas y si observas con atención puedes diferenciar los distintos tipos de trinos y parvadas.
Negras aves de graznidos fastidiosos que al vuelo en parvada ensombrecen el cielo aturdiendo los bellos trinos del “pájaro de las cuatrocientas voces”. Por las tardes reunidas en los árboles esperan la llegada del ocaso ante los tonos granas de un atardecer para finalmente mimetizarse con la oscuridad de la noche y perderse entre la marejada verde de las hojas.
Resalta un ave con cuerpo reluciente que toma distintos colores; en ocasiones verde, azul, morado y a veces todos en iridiscente tornasol, luces de burbujas subsisten en su fantástico plumaje.
Sus ojos; pequeños soles circundan pupilas negras absorbentes de toda luz, son huecos profundos que propician miedo. Flanquean un pico fuerte que ostenta surcos como consecuencia de la defensa de su territorio, búsqueda de alimento y peleas por objetos que adornen su nido.
En la copa del árbol hace su morada con ramas, hojas secas y trozos de basura resplandeciente; entre sus cosas guarda aretes y fragmentos metálicos que brillan reflejando la luz de la luna y las estrellas. Tiene un gusto especial por los objetos que destellan. Siempre astuta, aprovecha la luminiscencia que atrae a los insectos. Comida a domicilio.
La vista panorámica del pueblo desde las altas arboledas muestra lo que por costumbre tenía a mi alcance y no disfruté.
En el intento de ubicar aquellos lugares que fueron de mi agrado, detengo mi recorrido visual ante un tumulto de gente que se arremolina; el lugar me es familiar. ¡Allá me sentaba a ver y escuchar a las aves!
Hay un hombre tirado en el césped y a su alrededor algunas personas se llevan las manos a la cara, la cabeza, se cubren las bocas y otras caminan de un lado a otro. Me siento desconcertado y trato de encontrar sentido al suceso.
Me sorprendo al descubrir el rostro ensangrentado del hombre; un globo ocular cuelga fuera de su cuenca, mientras que en la otra solo tiene jirones de carne y piel.
Un fuerte aleteo llama mi atención y a mi lado un ave lleva en su pico una esfera enrojecida; aún tiene el leve brillo lagrimal que se ha ido opacando por la resequedad del ambiente.
El pájaro deposita la reciente adquisición en su nido; intento salir de mi estupor y busco explicación para lo acontecido, aguzo los sentidos al lugar de aquel hombre y descubro que soy yo.

MARTÍN HERNÁNDEZ -México-

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