sábado, 19 de octubre de 2019

LUGARES / LOS MUELLES DE LA INFANCIA / TRAÍAN EN SUS OJOS


LUGARES

He caminado las callejuelas de Fez,
su medina, los monótonos olores de las curtiembres.
He dormido en el Hotel Alexandra de Copenhague.
En una taberna de Gijón brindé con camaradas libertarios.
Puedo pensar en Montevideo, puedo hablar de Compostela,
de la nostalgia por Trieste, por Edimburgo.
Puedo sentir chañares, algarrobos, sombras.
Me es imposible no recordar
el puente de San Carlos y el Moldava.
O el Caffe Greco, il Cembalo en la ribera del Tiber.
Desvelado he regresado al Museo del Prado,
al Hermitage, al National Gallery, al Museo de Orsay.
He viajado de noche por el Danubio,
atravesé el desierto de Atacama,
la soledad y el abandono de las malezas sureñas,
el candor y los ponchos en Belén,
la biblioteca de Coimbra, el Cementerio Civil,
el poniente y la luna en Pumamarca,
el riachuelo, un terraplén de Avellaneda, un zorzal.
La soledad perpetrada en los ojos cerrados y pájaros volando.
(La ternura y la fineza de un mimo canadiense
frente al templo de Augusto, en Pula).
Conocí al Marqués de Santillana, a Antígona,
viví la intimidad de Shakespeare, de Pirandello, de Cervantes,
compartí palacios del Renacimiento
junto a Beethoven, a Schubert, a Mozart.
He comprado una pipa en Liubliana
y artesanías bellísimas en Goriza.
He nadado en Cayo Blanco, en el Cantábrico, en Chiloé.
Puedo evocar la ciudad de los toldos rojos,
puedo evocar París, puedo decir Goya, Velázquez.
En sueños caminé una y otra vez
por secretas galerías, por Capri, por Siracusa,
por monasterios donde mis hijos erraban la infancia.
Ahora todo parece ilusorio, misterioso.
Y no comprendo el tiempo ni las voces.

LOS MUELLES DE LA INFANCIA

Podría precisar una calle de Montevideo,
la puerta que mostraba una galería en la ciudad vieja.
También recordar un agrietado muro en Valparaíso,
cierta tarde que abarcó el universo y la soledad del universo.
O el caminar por Hita o Siracusa hablando de Marat.
Curiosamente hace días que persiste un sueño.
Estoy en el cuarto de mi infancia,
estoy en la esquina de Suipacha y Viamonte,
estoy en la vereda mirando un monumento.
Creo que es verano, creo que me alcanza el crepúsculo.
Hay un organito, un negocio de aromas herbales,
una mueblería que ennoblece un tango.
Reconozco el barrio, lo minucioso del destino,
un hálito que bordea la diáspora,
la demorada voz y los rituales del hogar.
Veo lo cotidiano.
Un manual, el ajedrez, una pelota.
Un buzón rojo, el coche verde del hielero,
un percherón y el carro que lleva mimbrería.
En este antiguo y delicado sueño cifro mi rostro.
En el anverso y reverso de una ciudad
que alguna vez tuvo un río color de león.

TRAÍAN EN SUS OJOS
a Marta y Fernando, mis hermanos

Traían en sus ojos el pan de las viriles tierras.
Regiones húmedas, tumbas de príncipes,
hornos, vinos, cucharas.
Y la costumbre de cantarle a sus hijos
en lenguas primitivas.
Todo crece en el recuerdo indolente
de tanto mar o tanta voz.
La austeridad, la serena medida;
hórreos que llegan con el viento.
(¡Para que no olvide, para que no olvide!)
Justifican lo vulnerable de la vida.
Siento que la utopía me conmueve
con presencias inmóviles
en la contradicción del amor y la sabiduría.
El misterio es una fábula impersonal.

Carlos Penelas -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 83

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