A Tere, con quien he compartido la hoz.
A Charo, que puso siempre la risa.
En los carrascos del teso,
que abundan en abuyacas,
tienen su vasto concierto
las chicharras.
Abajo, junto a los chopos,
está el concierto del agua.
Entre los dos, la pendiente
con una alfombra de paja:
paja de trigo o centeno
paja de avena o cebada.
El sol que dora la espiga,
bruñe, castiga y aplana.
Por la ladera, esparcidos,
sombreros, hoces y agallas.
cinco cuadrillas de a seis,
treinta camisas sudadas.
Cuatro las sudan las hoces,
una engavilla, otra ata.
Sesenta surcos de a hecho,
tres caballones por barba.
Sólo al final de la mano
se abre un procinto de calma;
hay quien lo adoba con vino,
hay quien lo riega con agua.
Bien se merecen un trago
la hoz, el lomo y la paja.
¡Que haya salud!, grita el aire
desde una cemba rayana.
Lo mismo digo: ¡que la haya!
Que haya salud, que haya vino,
que haya paciencia y baraja.
Por las roderas del viento
corre una brisa que canta;
un segador le ha prestado
la voz, el fuelle y el alma.
¡Que bien parece esa copla
sobre este son de chicharras!
De las choperas del valle
sube el graznar de una urraca.
-Ya estamos todos, hermanos.
-A ver si vienen las viandas.
Del mediodía al ocaso
hay una cuesta empinada;
la tarde es todo largueza,
la noche es todo tardanza;
la tierra toda manojos
que tras el sol se embornalan.
Y cuando se abre la luna
es todo prisa, no pausa.
Prisa en los ojos que miran,
prisa en el tiempo, que pasa;
prisa en la estrella que cae,
prisa en el gallo que canta.
El día empieza de nuevo.
nadie es más gallo que el alba.
Del libro Trozos de cazuela compartida de
Mariano Estrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario