Aquella mañana se levantó, desayunó y se duchó como hacía diariamente antes de ir a trabajar. Pero cuando fue a coger el pantalón y la camisa del perchero no las encontró. No entendió nada porque la noche anterior lo dejó allí colgado. De eso estaba seguro. Tampoco estaba la ropa de su mujer. La despertó para preguntarle si ella antes de acostarse había puesto la ropa en otro sitio. Aún adormilada le respondió que ella no había cambiado nado. Bajó al piso inferior y en el sofá del salón vio la ropa esparcida. Entonces se fijó en que la persiana de la puerta que daba al patio trasero estaba levantada y la puerta abierta. En el suelo la huella de un zapato. Volvió al sofá. Allí estaban dos cheques al portador, las tarjetas de crédito, los documentos. Del bolso de la mujer faltaba un sobre con 150.000 pesetas y un paquete de tabaco negro. Después de mirar en toda la casa vio que no faltaba nada más. Ahora tocaba denunciar el robo a la Guardia Civil. Acudieron dos agentes. Fotografiaron la huella del zapato. Tomaron huellas y le dijeron que el dinero no lo recuperarían. Tampoco sería fácil dar con el autor. Normalmente estos pequeños robos nunca se resolvían porque las pruebas eran insuficiente para acusar a nadie. De haberse despertado y haber visto al ladrón eso hubiera tenido peligrosas consecuencias. Pues el ladrón los habría atacado y tal vez herido. Se marcharon diciendo que se fuera a la Comandancia a presentar la denuncia aunque el caso nunca se resolvería.
La psicosis del robo duró casi un año. Colocaron alarmas en la azotea. Aseguraron puertas y ventanas con cerrojos.
Las investigaciones no descubrieron nada. Con el tiempo el miedo desapareció y se eliminaron las medidas antirrobos.
JOSÉ LUIS RUBIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario