Era –escuchó– un trasto viejo que ocupaba demasiado espacio allá donde estuviese y, con los desperdicios de aquella casa, lo dejaron junto al contenedor de basuras.
Abandonado, seguía con su sonrisa cosida, sin poder cambiarla, sin ganas de expresarla. Aún no comprendía por qué su pelo suave y su mirada feliz no podían seguir siendo refugio de los momentos de aquella niña que años antes lo abrazaba. Y su corazón, un músculo inexistente en su cuerpo de trapo, sin embargo sufría.
En esa esquina, desahuciado, albergaba aún esperanza; a fi n de cuentas su antigua dueña lo dejó a la vista, segura que otra persona lo querría. Con su terso pelaje, con sus ojos brillantes, el muñeco
sonreía.
Juan Antonio Carrasco Lobo
Participante en el VI Certamen Microrrelatos Libres Memorial Isabel Muñoz
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