domingo, 20 de agosto de 2017

19:46. MESA DEL NORTE - SAN CELSO


“Voy en pos del amor”, canturreó olvidándose por unos instantes que viajaba en una carcacha de cuarta. Pero no tardó mucho en bajarse de su nube, al escuchar un chasquido estridente. Una furia incontenible comenzó a turbar su ánimo. Miró su ruta y descubrió que apenas estaba llegando a San Celso. Se concentró en la palanca de velocidades y en los pedales y se desentendió del entorno. Pisó el embrague y trató de cambiar de velocidad. Avanzó con un brusco acelerón.
¿Qué hacer? La inercia de la pendiente incrementa cada vez más la velocidad de la bicicleta, dándome la impresión de que en cualquier momento perderé el control y me estamparé en el primer obstáculo o me romperé la crisma en el pavimento. Trato de calmarme y pensar en la mejor solución que no implique morir. Comienzo a zigzaguear, en un intento desesperado de dar vuelta en U e ir cuesta arriba. Se me acaba la calle y a punto estoy de toparme con el borde de la banqueta. Giro el manubrio y me dirijo, a toda velocidad, a la orilla contraria. Así continúo, como un conductor ebrio, yendo de un extremo a otro, salvándome por no sé qué milagro de dar con mi humanidad en el otro mundo. Pero me siento perdido cuando descubro, a unos metros, el cruce con Mesa del Norte. Cualquier vehículo, que circule en uno u otro sentido, será mi pasaporte al más allá. La buena noticia es que, con mayor espacio, podré maniobrar y vivir para contarla.
El vehículo dio un salto, como caballo encabritado, se escuchó una explosión y se quedó quieto, como muerto. Iba a maldecir su suerte cuando una figura, como bólido, lo sobresaltó: un escuincle, en bicicleta, bajaba por San Celso a toda velocidad, daba una vuelta espectacular y pasaba a unos centímetros de la trompa de su porquería de carcacha. Miró la cara de espanto del mocoso y pensó, con alivio, que si el carro no se hubiera descompuesto el chamaco no la contaba.
Escuché un acelerón, un frenón brusco y alcancé a mirar el vehículo que se sacudía y quedaba como muerto. Al llegar a la esquina giré aprovechando toda la amplitud del cruce de calles. Por un pelo no golpeé a esa cosa que, lo comprendo ahora, me habría matado si no se hubiera descompuesto. Ese día salvé mi vida y murieron mis ganas de andar en bicicleta.

Del libro Bicicleta de LUIS RICO CHÁVEZ
Publicado en Ágora 18

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