Señora, mi señora
nos han traído noticias,
hay que ir de prisa al templo,
han venido visitantes de otro país,
y los sacerdotes quieren que vayas
desean comunicarse con ellos.
así me habló mi esclava
estando yo en mi silencio,
estaba consagrada desde pequeña
a Udkeem, nuestro dios de los muertos,
no me gustaba salir nunca de mi mundo,
pues era la soledad y la luz de él,
“su perpetua armonía”
Llegué y allí y me esperaban,
sabían que yo no amaba
más que mi sendero, y todos
con respeto sepulcral me saludaban,
era así nuestra civilización,
habitábamos la cuarta raza,
y los tiempos exigían eso
en la evolución humana.
Entré y lo vi de pie,
con asombro me miraba,
Iba vestido con traje desconocido,
alto, de pelo rubio y mirada desafiante,
no respetaba las costumbres
de nosotros los atlantes,
pues a nosotras no se nos podía mirar
sin agachar la cabeza con solemnidad,
y eso no me gustaba, más obedecía,
venían dos más con él
y sentados me observaban,
aunque su idioma fuera distinto
con todos me entendía y ellos a mí,
como hija del templo
podía leer todos sus pensamientos,
ellos eran como yo,
pues hacían lo mismo conmigo.
.
Venían en son de paz, desde muy lejos,
querían ayudarnos a conseguir medios
superiores a otros pueblos
para la supervivencia,
nos dijeron que nos habían elegido a nosotros
por ser muy dado a las artes mágicas,
y a nuestros inventos,
miré a mis maestros
y dijeron con sus cabezas si,
y desde ese mismo momento, empezó
la historia de todos nosotros,
la de mi familia.
Nuestra vida a todos nos cambió,
sobre todo a mí,
pues me sorprendió que un ser así
pudiera venir de las estrellas,
en un carro de fuego
que brillaba como la plata,
y era hermoso su dorado cabello,
su mirada fría,
su gran cerebro,
y sobre todo,
su sonrisa…
Del libro LA ATLANTIDA CAPÍTULO X de
FRAN TRO
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