Locas,
las manillas giraban con vehemencia,
desgarradas por las curvas de los tiempos.
Locas,
las garzas volaban en círculo,
atendiendo al alimento entre las aguas.
Un acordeón sonó a lo lejos,
en la esquina donde las putas ríen,
en la obscuridad de la farola apagada,
condenada
a ser una pieza inútil del mobiliario urbano.
Locas,
las mariposas vivieron más de siete años,
refugiadas en asilos vetustos y fríos,
deambulando entre las torres con campanas
que suenan cinco veces al día.
La anciana de negro se ha caído,
ha mirado al cielo,
ha rezado su oración de cabecera
y nadie,
absolutamente nadie,
la ha ayudado
a levantarse...
Julio García del Río,
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