Versión de Alfredo Fressia
Y como yo recorriera lentamente
un camino de Minas, pedregoso,
y al cierre de la tarde una ronca campana
se mezclara al son de mis zapatos
que era pausado y seco; y las aves planearan
en el cielo de plomo, y sus formas prietas
lentamente se fueran diluyendo
en la oscuridad mayor, venida de los montes
y de mi propio ser desengañado,
la máquina del mundo se entreabrió
para quien de penetrarla se esquivaba
y sólo de pensarlo se plañía.
Se abrió majestuosa y circunspecta,
sin emitir un son que fuera impuro
ni un destello mayor al tolerable
por las pupilas gastadas en la observación
continua y dolorosa del desierto,
y por la mente exhausta de especular
toda una realidad que excede
su propia imagen delineada
en el rostro del misterio, en los abismos.
Se abrió en calma pura, y convocando
cuantos sentidos e intuiciones restaban
a quien por haberlos usado los perdiera
y tampoco desearía recobrarlos,
si en vano y para siempre repetimos
los mismos periplos tristes y sin derrotero,
convocándolos a todos, en cohorte,
a aplicarse sobre el pasto inédito
de la naturaleza mítica de las cosas,
así me dijo, aunque ninguna voz
o soplo o eco o simple percusión
atestiguara que alguien, sobre la montaña,
a otro alguien, nocturno y miserable,
en coloquio se estaba dirigiendo:
“Lo que buscaste en ti o fuera de
tu ser restricto y nunca se ha mostrado,
aun afectando darse o rindiéndose,
y a cada instante retrayéndose más,
mira, repara, ausculta: esa riqueza
sobrante en toda perla, esa ciencia
sublime y formidable, pero hermética,
esa total explicación de la vida,
ese nexo primero y singular,
que no concibes más, pues tan esquivo
se reveló ante la busca ardiente
en que te consumiste… ve, contempla,
abre tu pecho para abrigarlo.”
Los más soberbios puentes y edificios,
lo que en los talleres se elabora,
lo que pensado fue y enseguida alcanza
una distancia superior al pensamiento,
los recursos de la tierra dominados,
y pasiones e impulsos y tormentos
y todo lo que define al ser terreno
o se prolonga hasta en los animales
y llega a las plantas para embeberse
en el sueño rencoroso de los minerales,
da vuelta al mundo y se vuelve a abismar
en el extraño orden geométrico de todo,
y el absurdo original y sus enigmas,
sus verdades altas más que todos
los monumentos erigidos a la verdad;
y la memoria de los dioses, y el solemne
sentimiento de muerte, que florece
en el tallo de la existencia más gloriosa,
todo se presentó en esa mirada furtiva
y me llamó para su reino augusto,
por fin sometido a vista humana.
Mas, como yo resistiera en responder
a ese reclamo tan prodigioso,
pues la fe declinara, lo mismo el ansia,
la esperanza más mínima – ese anhelo
de ver desvanecida la tiniebla espesa
que entre los rayos del sol aún se filtra;
como difuntas creencias convocadas
presto y vehemente no se produjeran
para de nuevo teñir la neutra faz
que voy por los caminos demostrando,
y como si otro ser, ya no aquel
habitante de mí hace tantos años,
pasara a comandar mi voluntad
que, ya de sí voluble, se cerraba
semejante a esas flores reticentes
en sí mismas abiertas y cerradas;
como si un don tardío ya no fuera
apetecible, despreciando más bien,
bajé los ojos, incurioso, laso,
desdeñando recoger la cosa ofrendada
que se abría gratuita a mi ingenio.
La más estricta tiniebla ya se había posado
sobre el camino de Minas, pedregoso,
y la máquina del mundo, repelida,
se fue recomponiendo poco a poco,
mientras yo, aquilatando lo que había perdido,
seguía vagaroso, con las manos pendientes.
Alfredo Fressia -Brasil-
Seleccionado por Juan de Marsillo
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