Mil avispas en el pelo,
los ojos nublados
como agujas de amianto.
El rostro, potro salvaje
a veces finge ser ceniza
a veces lo es.
De las orejas cuelga
un racimo de días
como palomas tras la lluvia.
Su cuello, nido de cigüeñas,
su nariz, aguijón de vino viejo.
Las mejillas duermevela,
desmenuzan el misterio.
La cadencia de la perfección
que se esconde en su boca
como fruta fresca,
es el acantilado del vértigo.
Toda ella, espigón de la ebriedad,
mapamundi de unos viñedos,
soplo de un boxeador roto.
Rostro sabio y erguido.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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