Antes que escritor amateur, soy poeta con todo el sentido anacrónico que merece esta vocación en este siglo. Huyo de la realidad como la peste y me diluyo entre mis versos para decorar la materialidad y poder soportarla. Fuera de mis escritos, soy un hombre solitario, inadaptado, que pasea conversando con fantasmas.
Cuando me dejó la niñez, viviendo los sueños con soldaditos de plástico, canicas, chapas o balones de cuero viejo, fui tomando consciencia de la desilusión de hacerme hombre. La vida me pedía unas responsabilidades que me aburrían y me llenaban de desapego y dudas. Mis familiares, amigos, gente que conocía ocasionalmente, se afanaban en una tarea con una responsabilidad que no entendía y que me iba alejando cada vez más de ellos. Reíamos o nos emborrachábamos, sin embargo en el reducto solitario donde siempre ha estado mi auténtica morada, soslayaba con desconfianza el día siguiente que nos pondría a todos de nuevo en la cotidianidad.
Enamorarme me sirvió de mucho, de todo, mirándolo ahora con el paso de los años, me salvó de la desesperación más absoluta, pero mi desafección al meollo sustancial que rodea a nuestras vidas es algo difícil, además de injusto, hacerle cómplice a la pareja, incluso, me permitiría afirmar, desaconsejable. Nadie, ni siquiera por amor, debe precipitarse a dúo en el sinsentido cuando eso no es una entraña latente que duele todos los días.
Cierto es también, y con ello me voy acercando al tema que me he impuesto al comenzar estas líneas, que avanzada la adolescencia tuve un atisbo que me volcó en cuerpo y alma. Eran tiempos convulsos en los que algunos devorábamos Cambio16 y las enseñanzas del profesor Tierno Galván, tiempos de correr gritando consignas por Moncloa delante de los "grises", tiempos en los que la realidad se me mostró como una futurible amistad con el velo de la recién estrenada política parlamentaria. Después ganó la elecciones Felipe González y llegó el paroxismo, la idea, la imagen, el verso, la frase, andando las calles y con la ropa de diario. A mis veinte años rechazaba de plano mi antigua iconoclasia y me fundía en una esperanza que consideré más que real. Como algunos sabréis, inteligentes lectores, eso apenas duró cuatro años, de lo posterior hasta nuestros días nada tengo que decir excepto desencanto y rechazo. De nuevo volví, ya desgraciadamente más talludo, a mi caparazón de eremita.
Si soy sincero en estas páginas que me cede el diario "Pontevedra viva", que trato de serlo, tengo que confesar que tengo poca fe en el hombre; mi desajuste añoso con la realidad tiene ya pocos visos de virar en otra dirección. Sin embargo me gusta rodearme, en las pocas ocasiones que doy rienda suelta a mi sociabilidad, con gentes que viven a lo contrario que yo, no extremistas empalagosos que miran la existencia cayéndoseles la baba, no, sino personas alegres y positivas que ríen o sueñan hoy importándoles un carajo mañana. Este fin de semana he estado rodeado de gentes con ese talante en la Asamblea Ciudadana de "Podemos" celebrada en Madrid. Miles y miles de personas ilusionadas que escuchaban a los oradores y aplaudían a rabiar viviendo de antemano una realidad por llegar, si es que llega o la dejan llegar otros. Puede que este futuro partido político, liderado por el hábil Pablo Iglesias, este aupado sobre una realidad social tan depauperada que sea sencillo dar rienda suelta al populismo y los cantos de sirena para agradar a los oídos de miles de descamisados. Puede que sean otros impostores, otros futuribles corruptos, otros delincuentes de camisa de seda y traje de Armani, puede, puede, pero démosles la oportunidad de demostrarlo en la barro diario, tal y cómo se las dimos a otras formaciones políticas. No podemos dejarnos llevar por el fatalismo de las voces más reaccionarias de este país, siempre temerosas por perder su botín y su dogma inviolable atesorado a sangre y fuego, así como lo hicieron en 1977 tras la vuelta a la legalidad del Partido Comunista de España y en 1982 en los meses anteriores a la inminente victoria electoral del Partido Socialista Obrero Español. Como consecuencia de esta presión partidista, deseo contaros lo que hizo mi tío Florencio tras la victoria socialista. Bajó de un altillo su oxidada escopeta de caza, la engrasó concienzudamente y la colocó detrás de la puerta de su casa oculta tras un visillo. "Por si vienen mal dadas", nos dijo, harto de razones.
Ya han pasado varios días desde mi incursión socio-política y estoy otra vez en mi guarida de eremita, flanqueada mi espalda por miles de libros, dvds y cds y frente a una pantalla apagada de ordenador. El clamor de las gentes, el tumulto, la voz retumbante y el énfasis de los oradores se han diluido en este retiro donde sólo me rodean las cosas amables que me parapetan de la realidad. Sin embargo, tengo que reconocer que no olvido el entusiasmo febril y eso me ayuda a mirar por mi ventana y ver más allá de un país de muchos titulares y poca, y adrede bizantina, letra pequeña. Es una sensación similar a la que tuve veinticinco años atrás, más moderada, más suspicaz, pero muy parecida.
- Y si volvieras a creer.
Insinúa K., desde la sombra que produce la hoja abierta de la ventana.
Entorno la ventana y enciendo el ordenador.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
Publicado en el periódico Pontevedra Viva
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