Ven a mí. Ahora que la noche
arrastra su mortaja sobre la ciudad
de las multitudes sin nombre,
trayendo para muchos el bálsamo del sueño
y para otros la desvelada
preocupación, la insidiosa conjura,
ven, que nunca había estado
mi alma tan dispuesta a abrazarte,
ni eran tan tuyas mi soledad
ni esta hambre de ti.
Apartemos la vista del decrépito,
que se pega a su lecho
como si fuera una frágil tabla
de salvación sobre el mar de sus temores,
del dormido burgués,
que echa tan bien sus cuentas
después del copioso ágape,
de los desesperados, bajando
en su condena hasta el infierno
con turbulentas pesadillas.
A todos esos no les pertenece tanto
la noche como a nosotros, Hada
mía, cuando la desnudez
es suficiente para encender el aire
y en el altar de plata de la Luna
nuestros cuerpos lentamente se inmolan
hasta matarse a sí mismos,
viviendo luego
bajo la renacida piel del otro.
Yo te presiento en mí y te llamo,
acuciando tu llegada,
tu entrega, tu aliento jadeante,
el bronce de tus muslos, el cálido
monzón que derraman tus besos:
húndete en mis entrañas
igual que un ávido florete,
vuela en mi horizonte,
piérdete en esa hondura, que ya es tuya
también, pues por mucho que busque
el fanal del hastío ya no te encontrará...
RAFAEL SIMARRO -Ciudad Real-
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