lunes, 20 de octubre de 2014

LOS VISITANTES INDESEADOS


Quédense donde están,
señores de la infamia,
aplicados alumnos de Wall Street y sus corporaciones,
ejecutivos de las penas,
asesinos seriales del futuro,
que en toda la historia de nuestra América,
del río Bravo al sur nunca fueron llamados,
quiero decir: los pueblos jamás necesitaron
de su yugo travestido de ayuda,
ni de misiones técnicas para espiar nuestra casa
y ver qué han de llevarse cuando les haga falta.

Y si alguien los llamó fueron sus propios siervos
que vieron peligrar su lujo y sus prebendas;
los que corren a las guaridas del Imperio
a entregar presurosos el hambre de sus gentes
a cambio de una foto con algún Bush de turno;
los que solícitos cambiaron patrimonio
por peces de colores; la absurda fantasía: el uno a uno,
y la pretensión necia: que esto era Primer Mundo.
Los que no dudan en arriar la bandera
y hacer flamear a tope el dólar y su águila
para engordar su asco con aplausos de Washington.
Los que golpean las puertas de la Gran Satrapía,
idiotas útiles de los mandados imperiales.
Es necesario que aclaremos y evitar confusiones:
jamás el pueblo les dio las llaves de la Patria.

Señores globalizadores del odio y la miseria:
quédense con la copa siempre vuelta a llenar,
repantigados en las mullidas poltronas del ocio,
viendo cómo discurren el Potomac o el Hudson
desde la alta ventana que limpia un negro pobre;
no hace falta que vengan a babear nuestro vaso
donde aún compartimos el vino que nos queda,
ni a aniquilar el sueño de nación aún posible,
ni a decirnos qué hacer, pues muy bien lo sabemos.

Tenemos que limpiar donde pasaron
para evitar el mal olor si allí pisamos.
Debemos empezar a vivir con lo poco
que mucho será cuando sea nuestro.

Y terminar con los cipayos con alegría,
como quien mata alimañas a garrotazos.

Del libro Cosas por su nombre de RUBÉN DERLIS

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