Escorado en el lomo de la palabra
disentida antes de pronunciarla,
beligerante, absurdamente irrebatible,
siento pender su entramado oscilante
en el borde del mundo conocido
junto al vapor abisal de la miseria
que azulea nuestros tumefactos pies.
Ese cántico de esclavizadas sirenas
resucitándonos al reflejo cóncavo
que escarba nuestra silueta al socaire
de esa turbulencia en el horizonte
que prevalece su agónico duermevela
voceando lo que deseamos escuchar.
Tan ajado es el cutis de la palabra
que nos reclamó al fin de la lengua
como el áspero chancro fluctúa
en lo más mórbido de nuestros insomnios.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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