Aterricé en un sendero de nidos de arañas,
las luces que me guiaron eran espuma sucia,
llevaba el cuerpo vendado y roto,
todo era noche y pedazos de sol raído.
Mi llanto era lluvia postiza
y mis dedos, cansancio de siglos.
Aterricé y mi corazón era una cortina de piedra,
fui valiente ante el espejo que estallaba,
solo el silencio tenía un precio.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida
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