lunes, 22 de septiembre de 2014

LA MECA DEL AGUA


Donde confluyen todas las aguas,
sitio al que van todas las mareas,
donde religiosa se congrega el agua,
donde las rompientes fanáticas hablan,
donde la algarabía se humedece
y nadan místicos los peces,
es la Meca del agua.

Rumbo itinerante de lo mojado,
ruta de las corrientes y paso húmedo
de la oración acuosa. Fuera todo lo profano.
Ven al santuario del agua.

 El continuo éxodo de las masas,
la religión de los mares, el capricho de un dios acuoso,
la plegaria de fe de las profundidades,
la eterna posibilidad de lo que fluye.

Ven al santuario del agua,
a la casa mojada; entra, pasa,
adelanta una jaculatoria
y pide que dios te humedezca
la rígida alma.

 Un milagro canta en el agua,
resucita la piedra y se alegra y se consagra
rodeada de peces.
El agua no necesita de nichos;
en sí misma es un altar,
el adoratorio máximo de la humedad.
Los moluscos son oraciones vivas.

La Meca del agua,
donde se adora a la ola,
a la marejada, a la rompiente.
La Meca del agua, fundamentalista en sólo un sentido:
humedecer al mundo.
La Meca del agua, dotada de húmeda creencia
y escurriendo páginas de fe en la colosal Biblia
de los océanos, en la iglesia del Atlántico lo mismo
que en la del Pacífico, en la del Índico o en las frías Ártica y Antártica.
¿Qué Meca más bautizada que la Meca del agua?
¿Qué cenáculo más concurrido que el del agua?
¿Qué sinagoga más socorrida que la de las fervorosas olas?
Yo voy a orar en sitio tan sorprendente;
me haré feligrés y conducirán mi vida los diez mandamientos
del agua.

Alejandro Olivo
Publicado en la revista Ágora 5

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