La puerta principal es impresionante, elegante y recia. Una señorita me espera en la puerta. Me pide que la acompañe al interior. Mis zapatos resuenan sobre el mármol. Mi primer vistazo se centra en la amplitud de las estancias, en la exquisita decoración y como no en las múltiples obras de arte que se exhiben por todas partes. La chica desaparece dejándome en una especie de despacho o biblioteca. Apenas me da tiempo a dar la vuelta a la estancia cuando la puerta corredera vuelve a abrirse. La señora entra en la estancia, y su aspecto es espectacular a la par que discreto. Un vestido rojo ajustado a su cuerpo, con un largo por debajo de las rodillas. El escote deja entrever, pero solo eso. Su melena suelta y una mirada hipnótica que me paraliza. Solo me fijo en sus zapatos cuando de manera pausada se acerca a mí. Negros, de tacón medio, y sencillos. Me ofrece su mano y se la beso queriendo no separarla nunca de mis labios. Su perfume vuelve a engullirme. Debo centrarme, estoy aquí por negocios. Colgada de mi brazo salimos de nuevo a la entrada allí está mi coche, espero un signo de admiración en sus ojos, pero no se inmuta. Casi me siento ofendido por esa reacción. El tráfico se ha despejado un poco en la ciudad. El camino al restaurante se hace eterno, ni una sola palabra sale de nuestras bocas. Parezco un imbécil. Yo, que siempre tengo respuestas para todo no sé qué decir, como si no tuviese personalidad. Me centro en recordar la única parte de su casa que había visto hasta ese momento. Las obras de arte. La fortuna que todo ello acarreaba. Nuestra llegada al restaurante ha levantado la libido de los y las presentes. Se les nota en la mirada. La se desarrolla con un encanto especial, ella habla poco de su vida. Es como si un halo de misterio la envolviese permanentemente y eso se convertía poco a poco en una especie de tela de araña que me atrapaba. En el postre, mis venas ya estaban bañadas generosamente del extraordinario Abadal Selección 2007, un tinto por excelencia. Su ofrecimiento de una última copa, esta vez de whisky, en su casa me pareció más que seductora. Una vez en la inmensa casa, ni tan siquiera volví a fijarme en la decoración, en la ostentación… tan solo observaba sus curvas mientras subíamos la escalera. Una vez en su suite me alarga un vaso con lo que parecía un whisky añejo. Lo saboreo sin titubear. Algo me sucede, poco a poco mi visión se vuelve borrosa, y escucho su voz lejana, distorsionada.
-¿Qué tal se lleva lo de estafar a la gente que ha estado toda su vida ahorrando para tener medio duro? ¿No duermes bien por las noches? Tranquilo, hoy vas a dormir en la gloria.
No puedo contestar, de mis labios no sale ni un gemido siquiera. Tan solo veo figuras negras acceder a la habitación. Lo último que noto es como vacían mis bolsillos. No puedo pensar, no entiendo lo que dicen. Finalmente todo se vuelve oscuro. Despierto en mitad de un descampado en ninguna parte. Me han desvalijado. Maldigo mi estupidez deseando golpearme a mí mismo hasta abrirme la cabeza. Me duele todo el cuerpo, pero comienzo a andar sin sentido, buscando alguna señal de actividad humana a mí alrededor… (…)
ANNA LAFONT
Seleccionado por Martín Molina García
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