Hay muchos modos de llorar.
Sentarse ante ella, pretendiendo que no existe.
Contemplarla y convivir.
Decir: me la merezco.
Gemir y maldecir.
Arañarla y excavar.
Como algún personaje de algún cuento, intentar todo para fracasar.
Como algún otro personaje de algún otro cuento, desaparecer con ella.
Tenemos compasión porque le hemos construido.
Buscar la luz en la sombra que proyecta.
Escribir sobre ella.
Hay muchos modos (y poquísimos actos) de llorar.
Sonidos, soniditos, cloqueos, gorgoritos apenas audibles, ¿risitas?
La casa se llenó nuevamente de palabras a las que acudo y que finalmente me encuentran.
Ha traído a mis guías tomados de las manos, salidos de ningún sepulcro. Sentados en círculo, volvieron sin haberse ido, para que me cumpla y los cumpla.
Oscura y transparente, al fin se desliza y, asomada, con sus ojos sin ojos, me mira.
Y el texto no deja de escribirse, leerse, corregirse, tigre, manchaescondida, rayuela, ta-te-ti, hueco a hueco.
Lucila Févola
Publicado en el blog cristinaberbari-fijavertigos
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