…y el cuentenick ruso esquivaría cardos y su grasiento sombrero embestiría contra el sol enfurecido de febrero.
Por mi barrio de pibe andaban unos cuentenicks vendedores puerta a puerta, conocidos como rusos o judíos que sin regalar nada cobraban cuando podían. El que venía por mi casa, don Simón, hombreaba de todo: frazadas, juego de platos, delantal más zapatos al empezar la escuela y hasta el vestido al casarse mi hermana. ‘El ruso’ de mi familia era una tienda ambulante y sólo mi viejo le entendía bien cada palabra.
Por ahí en mi casa lo colgaban con la cuenta y si don Simón dejaba de aparecer, al tiempo íbamos a pagarle a la calle Alberti, por el Once. Cuando acompañé a mi viejo: yo había aprobado primer grado y don Simón, de espaldas a una ventana de cortinas macramé, levantó una tarjeta amarilla como si mostrara una baraja ganadora, - la cuenta impaga- y ahí Pablo, mi papá, le desplegó unos billetes verdes de cincuenta y los dos se rieron hablando de otra cosa. Además guardo bien otra imagen color sepia: don Simón tomando resuello en el patio de casa: su bolsa de cotín contra el enrejado verde en ese ambiente oloroso de higuera mi gato gris durmiendo en una silla y él, - con un saco ribeteado de cordón azul- en trabajosa charla con mi madre que le cebaba mate. Mi vieja siempre nerviosa y delgada, de pelo rubio peinado a la banana que me dijera ‘vos a jugar que los chicos no toman mate’.
- ¿Cómo anda, don Simón?
- Mucha calor. ¿Y Pablito?
- En el taller, arreglando el auto. Dejó estos pesos para usted.
- Está bien.
¿Qué nutriría a ese tipo encorvado por su cargamento, flaco y de mirada humedecida al contarle a mi vieja que toda su familia había muerto en la guerra? ‘Muertos todos, como ovejas’; y supongo escuchar entonces el nombre de su aldea pero luego entendí que la matanza era una sola... Por algún verano y ya la cuenta era impagable, mi viejo vendió su Buick ’30 y compró otro más barato que al traerlo salimos en familia a la vereda. Un par de vecinas nos miraban, mi hermana me llevaba de la mano y esa vez mis padres se abrazaron; mi mamá con un saquito azul mal abrochado, mi viejo al levantarme más allá de su sonrisa gardeliana y al abrir una puerta del auto '29 aquel asombro de paquetes hasta el piso.
-¿Visitaste a don Simón, Pablo?
-.Sí, y traigo pilchas para la cría.
¡Y qué lindo sería que aquello no fuera otro invento de mi nostalgia! Porque al fin, en esta recordación amotinada don Simón llegaría del potrero que nos unía al barrio de los Pecosos, margen de la civilización, y el paisaje por donde el cuentenick ruso esquivaría cardos, hormigueros gigantes y su grasiento sombrero embestiría contra el sol enfurecido de febrero. Cargando su mochila repleta sin claudicar por dolores de pie ni sudores de entrepierna, y acaso conteniendo alguna lágrima por alguna mujer de su lejano pueblo de nombre impronunciable. Y sí; don Simón llegaba de lejanas orillas, de recodos y paisajes a su antojo porque a él, todo rumbo al fin lo llevaría.
Al casarse mi hermana en la fiesta probé un sorbito de anís que me diera a escondida don Simón, que se quitó el saco en esa reunión de poca gente para bailar con la novia. Y yo mismo hoy sería diferente de no recordar a mi viejo Pablo, - que esa noche anduviera con la sonrisa bastante cajoneada- y a don Simón tomarse de los hombros para entonar juntos un tanguito cualquiera para pasar el rato. Y tal vez el ruso lo animara estirando sus tiradores colorados y por lo bajo nombrarle alguna pupila del quilombo de Dock Sud y otros alborozos. ¿Qué orgullos y nudos atarían esos dos tipos para entenderse y hasta sentirse idénticos? Y no sería tan sólo porque a don Simón también le gustaban mucho las minas.
- ¿Qué te molesta del peronismo, Pablito?
- Vos sabés don Simón, yo soy radical irigoyenista...
- No seas otario; y olvidate del uniforme de Perón si hoy la gente compra más. .
Y mis andanzas por esa frontera de donde surgía don Simón a la hora de la siesta, son apenas; cruza un carro cachaciento, lejos vuela un gorrión y nada es más interesante para ser contado. Si al fin yo siempre anduve rutinas donde lo deslumbrante acontecía a los otros; jamás hice un gol sobre la hora, ninguna reina de belleza desfloró mi inocencia ni guardo ocupaciones que valgan divulgarse. Cien veces crucé el mismo escenario sin ser mirado nunca, y así don Simón y mi viejo me retraen a su comedia: cuentenick ruso soportando tanta cuenta impaga, masacres familiares o hacerse millonario sin volver a su aldea; y su amigo y compinche, Pablo el taxista enredado perpetuo con mujeres del vecino, fugitivo cuando fuera la revolución del treinta y cada tanto, rajar del domicilio si le venía la mala. Tal vez por esos vuelvan don Simón por encima del Danzing o el Moldava y mi viejo, eligiendo la mejor camisa para sumar en la tarjeta amarilla, juntos otra vez y putañeando en el paraíso con virgenes infernales. Y entonando en hebreo arrabalero ‘para mí eres divina’, en trío y cada noche de joda con San Pedro (dic.012)
Eduardo Pérsico -Argentina-
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