Se sentó sin salir de la cama, se estiró hasta el papel y el bolígrafo abandonados sobre la silla que se hallaba a su lado y escribió:
"Amor mío:
"Soy incapaz de imaginar todo lo que debe separarme hoy de ti, y en realidad de todos. La comercialización del hibernador personal ha supuesto uno de los sucesos más escalofriantes de ¿este siglo?; ¡ay… en realidad no quiero ni pensar lo que se les haya podido ocurrir en el tiempo que sea…! Yo, por mi parte, sólo me dedico a dormir, como puede hacer cualquiera con un trasto como éste. Duermo durante un lapso que determino libremente, perdiendo cada vez más la sensación del tiempo transcurrido, y todo ello sin pesadillas ni molestias de ninguna clase. Seguramente, estaré avanzando hacia la muerte, pero no logro apreciarlo al tratarse apenas de unos minúsculos tramos, obligatorios, que evito hasta donde me lo permite el sistema, y que en todo caso deben aportar un poco más de desgaste que el que se produce mientras duermo, unas miserables décimas de segundo según me explicó en su día el empleado al que se lo compré... En cualquier caso, despierto siempre aquí y con la misma sensación de que nada haya cambiado. Sólo me consta, porque así debería ser según entiendo, que he debido distanciarme de las cosas de manera irremediable, de todo y de todos los que… ¿viven?, ¿duermen?, ¿han desaparecido…? Nada puede ser igual ni parecido a como todavía lo recuerdo.
Sin embargo, el bullicio continua fuera, más allá de las persianas bajadas… ¿Crees tú que pueda querer eso decir algo? No me animo a comprobarlo. Si me levantara y saliera ahora mismo a la calle, sé que no podría reconocer el mundo. Debo suponer que debimos envejecer en proporciones diferentes gracias al invento... siempre y cuando los entusiastas que cayeron como yo en la trampa dilapiden parte de su tiempo por ahí, aceptando jugar el lacerante juego de mostrarse los unos a los otros…
Tú misma, ¿cómo eres hoy mismo, cómo podrás ser cuando leas esta carta, como serás luego… dentro de...? ¡Ay!, ¿cuál será la medida más adecuada del tiempo para expresarlo?, ¿años…?, ¿segundos…?
No obstante, mi mirada interior te rescata joven en la memoria, cruzando desnuda el umbral de la habitación hacia la mesa de la sala donde quedaron los cigarrillos, y se detiene en tus muslos, sobre los que se derrama una cálida luz que, creo recordar, era la del atardecer entrando a través de las hendijas de la persiana de enrollar, una luz que les daba un rosado tenue bajo el que se adivinaba un vello prometedor, ay, que adoraba poder electrizar de nuevo... ¿Ya no es así, lo sigue siendo…? Porque... habrás usado, usas, usarás tú también el hibernador, ¿no es cierto...?"
Se interrumpió. ¿Qué sentido tenía continuar escribiendo una carta; escribir en general, fuese lo que fuese? El deseo de volver al letargo afloraba como la única respuesta; aunque sin duda eso tenía tan poco sentido como todo lo demás. El mundo exterior se había convertido en una pesadilla difícilmente tolerable. Si volvía a dormir para despertarse luego, ¿no volvería a sentir la misma inseguridad, incluso multiplicada; no sería una inutilidad incontestable?
De improviso se imaginó un paisaje en el que, por fin, todos dormirían, salvo quizás durante esos pequeños intervalos que parecían inevitables debidos a las limitaciones de procedimiento… Que ya no quedarían… ¿para qué?, quienes procuraran huir para no llegar de cualquier modo a ningún lado… o ni más ni menos a la reiteración del dilema. Tal vez sólo por pura mecánica, por la mera y ridícula exigencia que se le había incorporado al mecanismo de que se determinara una fecha, tonterías de esas que se incluían en los programas y que ya nadie estaría en condiciones de mejorar.
Lo sorprendente era que fuera, en la calle, continuaba el ajetreo. Por lo visto había gente por allí, vehículos circulando, voces, a veces uno que otro taconeo apresurado, tal vez bajo la lluvia... ¿Habrían decidido algunos abandonar las prácticas de hibernación, tal vez para siempre, abandonarse al desgastante paso normal del tiempo? ¿Se trataría de personas que de tanto en tanto se atrevían a ir más lejos, a salir durante un rato, a ver el mundo unos… no sé… minutos, meses… a mostrarse, a envejecer, a horrorizarse al verse los unos a los otros…?
“¡Ridículo y obsceno!”, magulló, y se dejó caer de espaldas mientras la mano se abría, soltando el papel y el bolígrafo. No pertenecía a la clase de gente capaz de suicidarse, era una pena. Pero volvió a acariciar la vieja idea macabra, una idea plena de ironía salvaje, vivificante; una broma como pocas.
Con notable indolencia, conectó por fin el aparato y fijó como fecha de destino el día, mes y año de su propio nacimiento (eligió ese día como una forma de honrarse ya que cualquier fecha pasada habría resultado igualmente apropiada) y cerró la cubierta de la cápsula sobre su cabeza, que produjo aquel familiar clic del cierre hermético, irreversible porque así se había establecido hasta que la máquina completara el ciclo prefijado. De inmediato comenzó a adormilarse, lo que solía llevar menos de un minuto. Y mientras el proceso de congelación lo iba paralizando, se le ocurrió preguntarse una última cosa, con apenas un atisbo de angustia que se disolvía ya en una placentera borrachera: ¿Y si el tiempo le jugaba una mala pasada? ¿Y si, contra toda lógica, el tiempo siguiera un vaya uno a saber cuán extenso y cuán complejo derrotero circular y, al cabo del futuro del futuro, alcanzase alguna vez la fecha que había introducido, precisamente ese día que suponía “del pasado”, para volver a despertarlo…?
Carlos Suchowolski
Publicado en el blog unabotellallenadeluciernagas
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