martes, 25 de diciembre de 2012

ROPA TENDIDA


Abre los ojos. ¿Despertó? ¿Es de noche, de día? Con los ojos abiertos –y todavía no sabe si es de día o de noche o si ni siquiera despertó-, la ve.
Ropa urgida por el viento, ropa en la terraza, ropa muy blanca: camisas, blusas, sábanas retorciéndose, ondeando victoriosas. Las formas, los sonidos, vibrantes... Esa danza convulsiva.

Con un palo de escoba intenta aquietarla. Lo consigue fugazmente –y también es vibración-. En ese mínimo instante, todo es perfecto. Quietas, en hilera.
Pero todo recomienza, tumultuosamente, y allá va, con el palo, a presionarlas, allá va, que se detengan, orden, orden, allá va, todas a la vez, que se aquieten en ese equilibrio provisorio, corre de un extremo a otro de la larga hilera, todos los alumnos quietos, en hilera, corre y corre enarbolando el palo de escoba, allá va, presionándolas con el palo, de un extremo a otro, incansable, allá va, a la espera del mínimo instante en el que todo es equilibrio.
Se fatiga. Respira entrecortadamente. Se levanta de la cama. Parece que es de noche y ha estado corriendo, frenando la ropa casi desbordada desde sus broches en la soga. La estuvo odiando, golpeando cada ve con más fuerza, golpeando con furia, ahora todo parece detenerse y alguna prenda empieza a ondear y ahora otra, otras y ahora todas juntas, muchas le golpean la cara, atraen, atraen, se le enredan. Transpira, jadea, avanza arrastrando el palo de escoba y, de pronto, se vuelve: permanecen totalmente ajenas, quietas, muy blancas...
Antes de que retornen a su danza enloquecida, sale corriendo sin volver la cabeza.

Su cabeza: ¿a qué soga amarrada, a cuál hilo delgado?

Lucila Févola
Publicado en el blog cristinaberbari-fijavertigos

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