Una sensación de vidrios rotos
acompañaba la imagen de celuloide
que danzaba alrededor de sus retinas
desde la luminosa pantalla de cine.
Esclavizado entre filigranas de acero
producidos por su extraña confusión
luchaba por abandonar la sala vacía
antes de ser devorado por los focos.
Los moldes de plástico lo atrapaban
con una intensidad estremecedora
atándolo a una película macabra
sobre el asiento de acero corrugado.
Antes de que pusieran en marcha
la segunda bobina de la historia
que se extendió por sus brazos
mortificados como una enfermedad.
Prendiéndose en un charco de gasolina
ardió con llamas interminables
antes de despertar de su ensoñación
entre los bordes de la silla eléctrica.
ALEXIS BRITO
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