Lo que tenga en este mundo
en el día en que yo muera
se lo dejo a quien lo quiera:
este cuerpo moribundo,
mi compendio de rarezas,
y el derecho a la tristeza
que robé de un vagabundo.
Lo que tenga en otro mundo
si la vida persevera
más allá de su frontera,
se lo dejo al oriundo
que enarbole la bandera
de mis versos y quimeras,
al converso más rotundo
de este lecho de escombreras,
al quijote de lo absurdo,
a mi alma más gemela.
Y al dejar el otro mundo
vuelva en brazos de Minerva
a esta roca marinera,
a este lado nauseabundo
de la muerte que me espera.
A llorarte compañera,
a llorar en tu sepulcro
a rozarte entre tinieblas,
a escuchar tu voz serena,
sin poder seguir tu rumbo.
Tú te fuiste, compañera,
a ese cielo de lo excelso
donde no llegan veredas
desde el alma que despliego,
desde el pecho que envenena
con olvidos el infierno.
Tú te fuiste, compañera,
y contigo mis excesos,
y con ellos mi cautela,
y con ella mi alma entera
servidora de tus huesos.
Así firma el testamento
este bardo en su condena,
así queda el juramento
y no merece más lamento
que un silencio en verso y pena.
Tú te fuiste, compañera,
y contigo fue mi aliento,
y con él este lamento
que es lamento de silencio
bendecido en verso y pena.
Gustavo González -Valladolid-
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