Nada de mí puede estar deshabitado
tú apagas la conciencia del mundo, su borde descosido de agujas, los faros caídos en la calle
me duermo en el destierro de tu rostro
como si el mar fuera una esfera y yo el canto del libro sobre el agua
lo que veo no es una flor no es el silbido del vino ni esos alfabetos silenciosos
lo que veo es tus manos sobre el vientre mudo cuya planicie fluye
tu pecho encarcelado por la noche buscando aquel destino
nuestra lluvia conmovida
nuestra infancia de cálida agonía
nuestra manera de incendio sobre el aire
el maleficio de lo infinito lo obligatorio e imposible
la ropa inactiva sobre los dedos un manantial de relámpagos
íntegro lívido
te veo a través de los ojos de los senos
Nada de mí puede no pertenecerte
al inicio enredaba en el pubis las tremendas tijeras del mundo
múltiples cabezas de sueño al principio eras solo aquella silueta grisácea
por la que descuidadamente y amarilla de ruegos me iba en la mañana por la calle
a fotografiarme triste como un muerto
El invierno apagado de los perros encendidos yo toda roja como un trueno de sal
el vestigio de una idea en el entrecejo en la cintura la plenitud del espanto
nunca miré los relojes como ahora
a veces siento que se caen desde algún lugar del piso como espigas de grito innumerable
nunca sentí la tierra subir por escaleras a cascadas
nosotros perforados por el espacio minúsculo de las cadenas
uno sobre el otro rehenes atónitos de una soledad gigante
preguntándole a la vida la suave puerta que conduce al barco secreto
donde callan al fin los gemidos hirientes de un desusado pliegue genital
Nada de mí puede serte extraño
la geometría en desorden o la cábala grotesca
a la medida oscura del frío solo arroja cicatrices
y cuando estés dentro del cuerpo de la vida
escúchame nombrarte si es que puedes.
LAURA MARTÍNEZ CORONEL
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