martes, 25 de diciembre de 2012

CONVERSACIÓN


Desperté conversando con Dios, como si nada. Su espalda, el infinito mismo. Antes de hablar, se estiró, como quien se estira después de una siesta. Bostezó y surgieron galaxias inconmensurables de su garganta. Sólo dijo, luego de carraspear: Hoy, estoy creativo.
Impávido, sólo atiné a sentarme y escuchar.
En realidad, su voz era un balbuceo. Algo me dijo: que no me atenga. Sí. Que no me atenga a los dichos de las tahúres de las cosas celestiales. Nada saben, dijo con firmeza. Y es la firmeza de Dios. Yo no le cuento las costillas a nadie. No existe arriba ni abajo; esas cosas son para los mentecatos. Y se rió. Su carcajada rasgo el velo de una galaxia no registrada aún.
Froté mis manos como gesto de sentirme en mis cabales.
¡Oh! Ya sé, dijo. Crees estar soñando. ¡Mírate! Todo compungido, achicado. Pero, soy yo.
Aún sin comprender y asombrado, intenté esbozar una palabra. No pude decir nada. Atiné una sonrisa. ¿Yo, hablando con Dios? También pregunto ¿No hablará con todos y nadie lo escucha? ¿No estaré alucinando? Como nada de eso tenía respuesta, dejé que la situación continuara sin oponerme con mis prejuicios a ello.
Luego, todo se llenó de silencio. Una lenta sensación de vacío cubrió la percepción del espacio. Todo indica o, también, nada indica que conversé con Dios o, mejor dicho, que él habló conmigo.
Esta mañana, la lluvia lavó los sueños de los árboles y de los hombres; los hizo más brillantes y creíbles.

Cacho Agú
Publicado en la revista Inventiva Social

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