jueves, 19 de abril de 2012

EN LOS ORÍGENES DEL PARAGUAS

Érase cierto rey de un país del Norte -y ya se sabe que en el Norte llueve mucho- que acostumbraba a recorrer los poblados de su reino para cobrar por sí mismo los impuestos. Y es que su codicia no consintió nunca que se fiara de sus recaudadores. Con frecuencia solía sorprenderle un aguacero a mitad de camino, no teniendo otro remedio que esperar a que escampase. Cansado, aburrido y especialmente calado, cierto día anunció:
A quien invente algo para no mojarme cuando llueva, le recompensaré con una bolsa repleta de doblones.
Del primero al último de sus súbditos se pusieron a pensar, pues tal retribución les aliviaría de tanta fiscalidad. De entre los proyectos presentados hubo uno con varillaje de hierro y tela de seda, realizado por un humilde herrero, que a modo de los paraguas actuales consentía tal función. El agua discurría por sus bordes sin detenerse ni filtrarse, permitiendo que al monarca no le cayera una gota mientras se desplazaba. Pero tras apropiarse del artilugio y cegado por la avaricia, este recurrió al tópico de la lealtad debida para negarse a pagar lo prometido. Quizá por eso, en justa venganza, aquella noche de tormenta su varilla de hierro atrajo un inmenso rayo que le fulminó.

Manuel Cortés Blanco(Médico y escritor)
http://manuelcortesblanco.blogspot.com
Incluido en su libro “Siete paraguas al sol” (Ed. Irreverentes).
IV Premio Nacional Ciudad Ducal de Loeches

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