viernes, 26 de agosto de 2011

POEMAS

¿La conocí?

¿La conocí? No sé. Vino a mi vida
en languidez de caluroso viento,
dando tumbos, rodando en algazara,
sin planes de futuro, con los besos
en abundancia de semillas fáciles
lanzadas a voleo.
Tan bella sembradora,
tan receptivo y fértil el terreno.
No sabía de ardid o compromiso,
transparencia en la sombra de los cuerpos,
sus palabras de estrictas acepciones
con la fidelidad de los espejos.

Nunca nadie me habló de tal manera,
sin sonrojo, en directo.
Su discurso era dardo hacia el espíritu,
rasgueando querencias y conceptos,
mujer de cien facetas,
pero siempre de paso, como el tiempo.
Más que álamo era arroyo,
renunciando a lo estático, sendero
de agua hacia un mar al que jamás se llega,
mas que fluye en perpetuo movimiento.

Yo le hablaba de abrazos,
ella hablaba de versos,
yo de melancolía,
ella de ofrecimientos.
No temblaba su voz, ni parpadeaba,
en los temas atípicos del sexo.

Conversamos por horas,
llegando a conocernos.
Éramos tan afines
como si fuera parte de un recuerdo.

Me hizo el amor con aptitud de hetaira,
con imaginación, sin titubeos,
pulsando cada cuerda
del arpa de mi cuerpo.

Tan natural como la rosa, el río,
la canción de las olas, el almendro.

Y al fin partió. Como el hilillo tenue
del humo del incienso;
como la amplia sonrisa
que se apaga en la tarde; como el eco.

Manos desconocidas nos enseñan
tanto más que el trajín de los expertos.


Tibiamente a mi lado

Tibiamente a mi lado,
con esa dejadez de quien descansa
del tráfago del mundo, y se desnuda
del último quehacer. La cabalgata
de las preocupaciones
pasó de largo por su ruta amarga,
y ya es sólo, sin vértigos ni ruidos,
nubecilla de polvo en la distancia.
La belleza está aquí. No es aderezo
cubriendo el cuerpo, ni la voz que canta,
ni el hechizo del rostro.
Es, más bien, la barrera carismática,
serena, indefinible,
que de cuanto no somos, nos aparta.
No sabe entristecerse quien la goza,
venga lluvia o nevasca.
Estar, esa es la clave, mas conscientes
de quien al lado está. Somos la zarza
que arde sin consumirse,
y el suelo, bajo el pie, es tierra sagrada.
Tibiamente a mi lado.
Se ha muerto el cosmos, que sobre la espalda
llevábamos ayer. Hoy ambos somos
la pareja inicial, en la alborada
del nuevo Edén. Qué espléndida armonía
en torno a nuestra fiesta se derrama.
Fácil amar así. Mira de frente,
que nada nos distraiga.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-


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