martes, 30 de agosto de 2011

ARTÍCULO

CARLOS PELLICER
SU POESÍA FLORAL Y FRUTAL

Por Juan Cervera Sanchís

La luminosa poesía –única y fascinante- de Carlos Pellicer
es un canto permanente a lo floral y a lo frutal.
Nos detendremos hoy a saborear con fruición las frutales
manifestaciones, a todo color, del huerto lírico pelliceriano.
Carlos de América fue un alma golosa, un gozador de la luz
y de los frutos de la luz en el espacio detonante y delirante
de la vida, que pasa y vuelve a pasar, porque si bien
morimos siempre retornamos a nacer, sin importar que ello
sea en otros cuerpos y otros rostros y con otros nombres, pues
la esencia de nuestra existencia nunca cambia y, al margen
de las variantes física, es siempre la misma.

Ese gran hedonista que fue Carlos Pellicer, como buen
tabasqueño, amó e idolatró la vida en el color y en el jugo.
Supo ver su interior y ser un poético espejo del mundo
externo, ya que sin el exterior de ninguna manera existiría
el interior.

Los frutos de la tierra son parte esencial de nuestras vidas.
¿Acaso tú y yo somos diferentes a una naranja o a una
sandía en cuanto somos frutos pensantes de nuestra madre
Tierra?
Si nos alimentados, en este intercambio de energía que es
el comer, está claro que esos frutos que nos nutren, hablan
y siente y sueñan y piensan con, y se podría decir, que no
nada más con, sino por nosotros.

En la poesía de Carlos Pellicer respiramos ese panteísmo
frutal.
Su poesía es la voz de las piñas “saludando el mediodía”
con “la sed de grito amarillo”.
Las uvas son versos redondos, “gotas enormes de tinta
esencial”, que se transmutan en bíblicos vinos y que crecen
“suavemente por el tacto de cristal”.
Frutas y jugos, colores líquidos encendidos y tersas
pieles.
Y ahí la cáscara de las “peras frías y cinceladas”, que
son casi hilos de vidrio en donde se reflejan los juguetones
rayos del Sol.

Enorme es la emoción frutal en la poesía de Carlos Pellicer,
que penetra en la psiqué de las manzanas y da por sabido
que éstas, las manzanas, “oyeron estrofas persas/ cuando
vieron llegar a las granadas”.
Granadas con dientes de rubí y, de súbito, aparece “una
soberbia guanábana” y contemplamos y deseamos a los
edulcorados chicozapotes “llenos de cosas de mujeres”.
¿Qué quiso decir Pellicer con esto? Un poco de imaginación
y lo sabremos sin ocultar una leve sonrisa en nuestros labios.

En nuestro viaje por la poesía frutal de Carlos de
América, el rubio universo de “eses” que es cada naranja,
se nos abre en miríficos gajos y nos hipnotiza de dicha.
Hay una infinita felicidad en la poesía de Pellicer, porque
Pellicer goza y nos hace gozar intensamente con cada uno
de sus multicolores versos. Versos frutas, versos flores,
versos aves. Versos, los de Carlos Pellicer:

“La sandía pintada de prisa/ contaba siempre/ los
escandalosos amaneceres/ de mi señora/ la Aurora”.
¡Qué deslumbramiento de sensualidad y de vida se
desborda por estas y en estas imágenes frutales donde
“el sol ríe la escena de las frutas”!

¡Qué enamoramiento eternamente joven es la poesía
del genial poeta tabasqueño, ese poeta capaz de saludar
a los colores como un niño cándido y mágicamente
sorprendido por la belleza!

Alma enamorada de las “granadas delirantes”. Corazón
seducido por las “manzanas vírgenes”. Frutal y floral
poesía la de Pellicer por donde el tiempo no parece
pasar y la vejez nunca llega. Poesía apoteosis.
Leer a Carlos de América es volver a ser joven

No sucede esto con otros poetas cuyos versos y cuyas
metáforas pronto se ajan y se convierten en polvo, de
ninguna manera enamorado, como decía Quevedo,
refiriéndose a otro polvo, muy otro.

Carlos Pellicer es el poeta de la eterna juventud, el
poeta que supo partir “el fruto del insomnio” y encender
“su voz” de frutos y colores.

Cantó a las frutas y cantó a las flores en un inmortal
discurso del que queremos recordar aquí apenas verso
y medio, donde dice:

“Cuando el nopal florece hay un ligero aumento de la
luz...”

Queda definido aquí el mismísimo Carlos Pellicer,
hombre que floreció en este planeta logrando con su
poesía que hubiera para todos nosotros, por la gracia
de su verbo sin igual, “un ligero aumento de luz”.

Después de leer y releer, una y otra vez su poesía,
este mundo nuestro, por momentos tan lóbrego, es sin duda
más luminoso y habitarlo es menos doloroso y sombrío.

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