Miraba al cielo. Buscaba respuestas en las caprichosas formas de las nubes. Preguntaba a los enviados alados el sentido de algunas cosas que pudiesen explicar el rumbo de los días. Deseaba encontrar soluciones y sólo hallaba interrogantes: el porvenir, la inmortalidad del alma, el destino de aquellos que se fueron y por quienes hubiera dado, daría su vida, la única que tenía, la arquitectura de sus noches y mañanas.
Los ojos se le hacían agua, buscando, buscando...
Levantaba la vista al cielo. Anhelaba seguir el rumbo de las estrellas, el origen primero de las cosas, el enigma final de sus días, de las jornadas que había de andar todavía por esta dura y hermosa tierra.
Pero mientras más oteaba el cielo más se hundía la tierra a sus pies, en sus cercanías. Y apenas se daba cuenta.
Perseguía las alturas y el suelo se resquebrajaba. Los demás trataban de sobrevivir al hundimiento y él no percibía el desmoronamiento de sus esquemas terrenales.
Seguía mirando el cielo, ensimismado y perdido en el rumbo caprichoso de los cometas.
Francisco Gómez
Publicado en Agitadoras revista cultural 57
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