martes, 19 de abril de 2016

¡QUÉ PENA! / MI CORAZÓN


¡Qué pena!

Qué pena tengo en los campos
rendidos a la maleza.
Qué pena tengo en las hoces,
qué pena tengo en la siembra.

Y en los caminos truncados
¡qué pena!

Qué pena tengo en los surcos
borrosos de las roderas;
y en las sonatas del carro
y en el jaez de las yeguas.

Y en las veredas del río
¡qué pena!

Qué pena tengo en los ojos
de remirar tanta ausencia:
manales, zachos, traíllas,
bigornias, entalladeras...

Y en los olores del heno
¡qué pena!

Qué pena tengo más honda
en el hondón de la huerta:
tomates, habas, cebollas,
patatas, ajos, cerezas...

Qué pena y pena más grande.
¡Ay, ay, qué pena!

Del pozo que daba el agua,
del agua que era tan buena.
Y del caldero herrumbroso
que aún pende de la polea.

Mi corazón

Mi corazón está atado
al aldabón de la puerta;
paciente como una mula,
callado como una piedra

¿A quién espera?
A nadie.
Tan sólo sueña.

Los fríos no lo entumecen,
los vientos no lo cimbrean.
Está montado en sus años
y no le duelen las piernas.

¿De qué se nutre?

Del aire.
De la más pura inclemencia.
De los templados calores
de la inocencia.

Mi corazón es el sueño
de una verdad de las buenas:
la juventud sin dinero,
la cuna, la adolescencia,
el hombre con la palabra
y no tan solo la lengua.

Por eso tengo amarrado
mi corazón a la puerta.
Aquí viví con los hombres
una verdad sin caretas.

Y... ¿qué hay más cierto que el sueño
de una verdad que es eterna?

Del libro Trozos de cazuela compartida de Mariano Estrada 

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