No entiendo la derrota
más allá de buscar
otra entrada en la muralla
o el clamor que la derribe.
No me conformo con el cántaro
que va una sola vez
hasta la fuente.
Puedo llamar una y cien veces
de una y cien maneras,
o sentarme en la puerta
hasta ver pasar a mi enemigo.
No me importa, como el tonto,
seguir aunque no haya linde.
Hace tiempo que sé
que no es la línea recta
el camino más corto,
y lo practico.
Elena Muñoz
Publicado en Acantilados de papel
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