domingo, 3 de abril de 2016

LA VÍSPERA DE LA GUERRA


El Museo Cavor está enclavado en Lympne, en la parte cenagosa de Kent. Se eleva sobre un montículo que en otros tiempos fue un peñasco: desde allí puede verse el famoso Portus Lemanus, el gran puerto de Inglaterra en época romana.
Acudí a la entrevista con el señor Parker, el director.
Me condujo en un paseo por varias salas.
Contemplé especimenes secos de plantasbayonetas, el extraordinario ejemplar disecado de una res lunar, fetos de hombres-hormigas conservados en formol, incluso las dos palancas y la cadena rota
originales traídas por mi abuelo Bedford en su primer viaje junto a Cavor. Desde que se consiguió obtener nuevamente la cavorita y ensamblarse varias esferas, ya pasaban de un centenar los vuelos a la luna. En una de las salas se conservan en una urna las cenizas de Cavor, repatriadas en la primera
expedición enviada para buscar al genial científico cautivo en el satélite. Luego comenzaron las negociaciones con el Gran Lunar, y las primeras caravanas mercantiles.
El señor Parker me invitó a un café y me obsequió una maceta sembrada con hongos narcóticos selenitas. Cumpliendo mi palabra le hice entrega de los manuscritos robados por mi abuelo –me duele usar esa palabra- a Cavor y conservados celosamente por mi familia. Allí puede hallarse la fórmula primaria de la cavorita, tan meticulosamente mantenida en secreto por mi abuelo al punto de ni siquiera confesarlo en su libro testimonio Los primeros hombres en la luna. Por cierto, también doné los originales del libro. Nos estrechábamos las manos cuando escuchamos un agudo silbido. Al
asomarnos a la ventana vimos en el cielo la estela de fuego de un meteoro. Enseguida recordé al meteorito caído el día anterior en la llanura de Horsell, todos los periódicos hablaban del tema. Nunca imaginé lo que vendría después.

Amilcar Rodríguez Cal (Cuba)
Publicado en la revista digital Minatura 147

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