martes, 19 de abril de 2016

ELLA ES DIÁFANA COMO SU BLANCA CARA


Es la típica muchacha con carita
de que no hace nada malo y menos algo bueno.

Ni matar a una mosca puede.
Para eso la flojera la enmudece.
Es una mosquita muerta la niña bien criada.

Pero cuidado, enojarla no debes, porque
ella se cree la intocable, la virgen e inmaculada.

La que no hace, ni dice, pero no calla la boquita
si de hablar chismes se trata.

Nadie, ni en casa la aguantan.
Ella es la reina, la abeja engreída de la colonia.

Que por bonita la miran y por culera la odian.
Pero ello no impide que los hombres la admiren.

Por bonita, quisquillosa, y odiosa, llega el hombre
que de ella se enamora o al menos que la desea…
llevar al altar de la alcoba que la espera.

Llegando al punto en el que le suplican su hermosa
presencia y le imploran su sexo perpetuo.

Y si el hombre comete falta alguna, ella se transforma
en la imperdonable figura, de la misma virgen inmaculada;
como si ella nunca fallará; como fuera copia idéntica a la inmaculada.

Y él afligido, con tal de ser perdonado, aunque el pobre
diablo ni falta alguna haya cometido; se trastoca
en fiel cordero de Diosa -ella- sin día, ni hora en la
que no busque, cómo, ni forma, de congraciarse con
la novia, su virgen, su abeja reina, en vil zángano,
el único siervo, el fiel hombre de ella necesitado,
con la esperanza de acceder al perdón suplicado.
Y continuar -de ella- disfrutando de su amor y
del tesoro guardado.

Y el continua con las promesas, los juramentos, y
dándole cumplimiento a las penitencias que por ella le imponga.
Desde besarle los pies, chuparle los dedos, cogerle y comerle
todo y hasta su bendito cuerpo.

En la bolsa izquierda del pantalón, dentro de la cartera color marrón;
él lleva la imagen santa, la estampa bendita, la foto de la muchachita
bonita, casquivana y coqueta, la que -él espera- un día será su mujer,
bajo la ley civil y debajo de las sábanas blancas del matrimonio,
bautizados por la ley de Dios.

GILDARDO CARRIÓN

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