En la travesía
por la balada perfecta,
que le hiciera temblar de alegría,
encontré de un golpe mi ritmo.
Como papalote entre sus manos
me dejé llevar a las nubes,
entrecruzándome con centellas
y su inaplazable mirada.
Bramando cientos de surcos,
que apenas son los albores
del estremecimiento
que me hace vivir.
Derramando tinta
y espejismos
sobre los lienzos de la eternidad.
Zurda suerte la mía
la de encontrarme un Ángel
que me encaminaba
hacia el sendero de la libertad
mientras me apuntalaba
a la orilla de su sombra.
ERIC URÍAS -México-
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