Lento caminaba el abuelo
parecía no tener prisa
cargando pesados años;
algunos llenos de jolgorio
de soles, lunas hermosas,
otros de penas, desengaños.
Un rústico bastón era el aliado,
el inseparable compañero
silencioso amigo en el andar;
el que guardaba seniles secretos
oía entrecortadas canciones
que el anciano solía cantar.
El tata caminaba despacio
iba, venía todos los días
por el polvoriento, agreste camino;
se detenía, miraba los árboles
como queriendo conversar
con el ambiente campesino.
El abuelo no quería apoyo
cuántas veces extendí la mano
con el fin de querer ayudar;
más él retiraba la suya
diciendo no tengo prisa,
cada paso es un meditar.
Un sombrero de ala caída
cubría la albina cabeza
en invierno, primavera, verano;
una chaqueta, pantalón andrajoso
abrigaban el delgado cuerpo
del terco tata Casiano.
Hoy veo desierto el sendero
siento nostalgia en el alma
por él no camina el abuelo;
seguro ahora afirma los pasos
cantando, quizás riendo
por los caminos del cielo.
Moisés Castro Parra -Chile-
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