lunes, 29 de octubre de 2012

EN PUERTO NUEVO DE LAS CEREZAS


Sol, moreno de piel, mercadillo los jueves y domingos, alguna tormenta a media tarde, calor, mucho calor. Mil y una normas cumplidas a rajatabla: las cosas del suelo no se cogen, hacer la digestión dos horas antes del baño, no interrumpir nunca cuando hablen los mayores... En frente tantos amigos de vacaciones, tantos juegos por jugar. Y detrás la ilusión por repetir lo irrepetible, disfrutando hasta el límite de estos parajes como lo hicimos el año pasado... Como lo haremos al año que viene.
Hay pájaros en los cables, setas comestibles, caracoles cuando llueve, mermelada de mora en septiembre, un espejo donde todos los ojos se miran. Y esa leyenda que cuenta que la primera casa del lugar fue construida por un caballero templario que sobrevivió a una noche de borrasca tras refugiarse debajo de sus chamizos. Es posible que si hubiese portado un paraguas hubiera seguido andando y este municipio, tristemente, no estaría donde está. Porque aquí tenemos lo que vivimos, lo que disfrutamos, lo que amamos.
Estamos en Puerto Nuevo de las Cerezas, el pueblo de las tres mentiras: ni es puerto, ni es nuevo, ni sus frutales predominantes son los cerezos… Sino ese mar de manzanos que le envuelven, dotándole de una sidra famosa en la comarca. No se trata de un caso único dentro de nuestra geografía, repleta de toponimias que desbordan engaños. Tampoco se conoce propósito de enmienda, pues nunca hubo intención de arreglar el desatino. Pese a ello, estamos en un contexto plagado de erratas. En el pico del loro solo hay buitres leonados, su puente romano corresponde al periodo medieval, aquella vecina de nombre Alegría se encuentra siempre triste, y desde ese lugar llamado el Miradero apenas se ve nada. Cierto que en este caso existe un atenuante: su denominación anterior era el Miriadero -extensión donde sestean los ganados-, siendo la tradición popular la que cambió la fonética del sitio. Mas aun así, tales apelativos pueden confundir -y mucho- al visitante que no esté debidamente avisado...

Nota: Primeros párrafos del libro Siete paraguas al sol, correspondientes al capítulo titulado Cuando callan las campanas.

MANUEL CORTÉS BLANCO

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