Hoy, ya sin tener deberes, he ido a caminar tranquilamente por el centro urbano, 7´5 kilómetros en dos horas según mi reloj inteligente (más falso no puede ser), y sin querer he sido testigo de un abuso a dos animales, y eso yo no lo consiento, ¡me revienta! Entre dar placer a un humano a costa del sufrimiento de su mascota y ésta, yo me pongo del lado de la mascota. Me explico:
Al pasar por la plaza de la Iglesia, he visto un coche de caballos con unos turistas apeándose con mucho trabajo (ambos eren obesos, no pesaban menos de 140 kilos cada uno) y pararse a hablar con el conductor.
Y, curioso que es uno, me he quedado a ver lo que pasaba hasta que se han ido calle abajo, murmurando entre ellos. Esto fue lo que escuché:
— ¿Cuánto pagar?
El conductor, que ya había hecho la cuenta calculando el peso de los clientes por dos horas de paseo por la ciudad, incluyendo el desgaste de las ruedas, la fatiga de los caballos y el IVA, les dice:
— Son 200 euros
— ¡¿Wat?! ¡Quoi! ¡¿200 euros?!
— Sí señor, 200 euros. Los caballos también comen y cobran por su trabajo.
— ¡No posible! Yo querer ver tarifa.
Y los caballos, hartos de estar al sol ansiando un trago de agua, se miran, se dicen algo al oído y luego uno gira la cabeza y le dice al turista:
— ¿A Tarifa quieres ir? Pues si no vas andando para perder 80 kilos, te va a llevar tu madre, so cab… ¡Qué cruz me han puesto encima, por Dios!
JUAN PAN
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