En este amanecer de estrellas sobre el agua del pozo,
en esta primavera que asoma entre espejos,
en esta esquina de silencios
el fuego se ha encendido entre maderos de luna,
entre piedra blanca el paso marcha casi vuela,
en sábanas de tiempo se ha dormido soñando
con alas de Sol en su bosque de silicio.
Y los ojos del ave de fuego miraban
salpicando tiempo bajo el tiempo,
y el pico más alto sonreía a la falda del cielo,
en danza de abedules el abrazo del vacío
se torna un manto largo de colores.
La avenida del pino está abierta,
la nostalgia se ha ido,
¡áh el beso muerto!, ¡ya no está más muerto!
todo fue un juego de infinitos en la carta del cuerpo,
en la fortuna que gira casi a ciegas;
pero de fábulas la boca se ha estirado,
de hilos plata en la algarabía de la mano,
en la mano de nube que se estira al azul
como si pusiesen coronas sobre el asfalto,
hay cruces sí, pero de dicha,
de un renacer entre los brazos Sol,
entre caricias de aire luminoso,
hay besos de fuego y vientre cúbico,
hay una incógnita que se levanta y se responde sola,
todo se comprime hasta estrujarse
y es un abrazo largo
de madreselvas en fuego,
de astromelias, de disidencia de la sombra.
Aquí el diente estruja y cavila el seso, pero nada más,
nada de luces ciegas.
Allá la LUZ sin tilde y sin tristeza,
allá los brazos largos de la tarde pasean
y esa bola de fuego se enciende,
se hace luz que no quema, se hace vida en mi vida
y la amo tanto como a una sonrisita de libélula
posada en el pétalo de una margarita.
La Luz no es ni más grande ni más chica,
tan sólo está y es
y eso basta al polvo y a la expansión de galaxias,
bata la luz del Amor para restar esquirlas al destino.
Nora Uria Castro
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