Cierro los ojos a las vidas que amé
en el olvido de aquellos silencios
enmudecidos por el viento del oeste,
sobre las llanuras de olivares y azahar,
los cierro y prefiero no mirar atrás
en la profundidad de unos sentimientos
engarzados a la corona del corazón,
sufrí, me hizo daño, lo sé, y sigo,
sigo, persigo y prosigo en mi destino,
cual sea y venga, pues estoy preparado,
que el pasado está forjado a sangre
y al sudor de las batallas del diario,
en el que cada día he renacido
y he muerto en las noches bajo la luna,
yo no he sido más valiente que nadie,
ni más cobarde, ni tan siquiera he sido más,
tan sólo un loco poeta con un folio en blanco
y un verso disparatado aún por componer,
en el que abrir mi alma para derramarla
en tinta de poemas y llantos a las estrellas,
sin que la luna se conmueva para sonreír,
y sin embargo, sigo muriendo por amor,
sigue palpitando en mí, las ganas y el deseo,
siguen arribando a mis puertos las palomas
para posarse en los candeleros de babor,
y la estrella del norte determinará el rumbo
hacia las futuras tormentas de la vida,
también hasta los puertos en calma del sur,
así, entre olivares infinitos y mares del olvido,
discurren los días de este poeta sin mirada,
en la esperanza de llenar un folio de versos
que hablen del amor y de la luna y de un beso
bajo los mantos de estrellas iluminando
las veredas que guían los senderos entre olivos
y un mar de brisas salinas en la noche del poema.
Angel L. Alonso
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