Si la conciencia pudiera
erguir sin egoísmo
la soledad que arrastra,
reunir con frecuencia ingenua
en mi viejo jardín escenas de derrotas
y un gallo cantara al laureles del delirio,
entreacto de un espectáculo de espectros,
yo no serviría té con olor a muerte.
Si la última parte de la dignidad
en la penumbra de nuestras
crepusculares pestañas vespertinas
dictara con caligrafía espinas encarnizadas,
los oráculos del pulpito llenarían un cielo de poesía y con una voz amodorrada
sin codicia escribirían una socialización racional,
tu quebranto y tu gemido yerto
harían bucles sedosos en tu quicio.
Si la caritativa indignación
ininteligible al oído
helara la bruma con una melancólica sonrisa
sería absurdo dividir el abismo,
si mi conmovedor aullido
va a un aire con tintes de frontera,
las lágrimas traicioneras de las brumas
solo serían sueños de mi aire,
errantes síntomas entre los dos polos
lecciones lánguidas de la ironía.
Manuel Vílchez García de Garss
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