La muerte en su camisa,
desborda la aprehensión,
salobre se divisa,
temor sin emoción.
Es sudario esta listo,
el fúnebre motivo,
el ataúd es piso,
de la mujer, olivo.
Lienzo, lúgubre sello,
deshoja el malestar,
las sábanas destello,
de triste suspirar.
Estás fría, mujer,
izada entre la fosa,
la muerte canta en placer,
te lleva entre la prosa.
Te has ido de repente,
cuando más había amor
piélago endrino, demente,
amargura y dolor.
Temor entre las venas,
lágrima impúdica truena,
melancolía y penas,
como sismo ya suena.
La mueca del desvelo,
corre y se agiganta,
el cínico y gris velo,
calienta la garganta.
Como espina voraz,
agita el cruel adiós,
el suspenso falaz,
magros, lerdos hastíos.
Cabalga la mortaja,
para siempre te vas
vomita el huracán, navaja,
hiere el corazón, lúgubre as.
La piel respira rancia,
y la carne se quema,
el alma ya sin gracia,
suspira sin la gema.
José Vicente Castro Romero -Colombia-
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