Me pulsa el olvido como una mordaza
que intimido con gesto cotidiano:
huyo, leo, pienso, sueño, digo,
fumo confabulado ante humeantes cafés.
Mis besos dejaron de prodigarse
como olvidé de que olvidaba
sorbiendo días con su mano
en mis labios,
con mi pereza
y su aliento oxigenándome.
Descreído, me oriento donde
no veo,
cartilaginoso espacio a la quilla
de barruntos que intuyo a tientas
mascando la sal del naufragio.
Cuando duermo,
el olvido que me vive,
su imperiosa mano
y el arco de sus caderas,
bajo palio,
me bañan en recuerdos
que me apresuran
táctil y resurrecto.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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