Una corrida de Paquirri,
un sin límite de elogio a Manolete,
España sollozando en la gradería,
toros compactos de garbo y plusvalía,
lomos cenizos del tronchado
sol celeste,
la playa peinada con guijarros
y la arena tranquila y mustia.
La voz alza el himno que requiere la osadía,
tonos elásticos en los toreros
en vertical de gracia y valor nupcial de valentía.
Manolete con zapatillas de azul sirena.
Paquirri tapado hasta el cuello
con ámbar
y lentejuelas,
el alcalde mayor toca la bocina,
el astado relumbra a media plaza,
vivo y ardiendo en su furia estremecida,
el ala de cuerdo bovino
le entra por la mirada intensa.
El toro rasca la arena
como un silencio macizo que yace sobre sus manos delanteras,
ansias de luz le llegan.
Cuando a las 3 pm la valentía enjaulada sale de su nido.
Manolete gallardo y erguido,
toma el capote, 10 pasos a delante en posición de brújula desmedida,
le da tres verónicas de aviso,
un desplante de rodilla al oscuro y lóbrego cenizo.
Paquirri ya avisado enmienda la muleta,
la espada en mano mira desde adentro el suelo,
árido e impávido,
sus pasos toman presencia en la arena,
agua de sol agitada que le gime como un torrente caudal en las venas.
El toro en cita desdoblada ya obstinado
por el acero suspenso que adentro le impera,
se anuda y sale a la embestida.
Paquirri a un cuarto de su gloria,
de su vida,
como un pino ardiendo
de sol,
de azar y valentía
en el universo orbitado de dos lunas de carne viva
que le sostienen todavia,
le extiende la muleta,
España impávida le mira,
con hilo y rosa donde brilla el aluminio inmortal de su vida,
26 muletas a sol entero,
6 desplantes a espalda erguida,
2 orejas que al público le tira enseguida
por la lucidez de garbo de su vida.
Belen Aguilar Salas -Costa Rica-
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