El fulgor de la alborada
un alud de luminosos rayos
penetraba entre los árboles
del bosque medroso y solitario.
El piano silente
guardaba en su caja
recuerdos de las melodías
que de sus teclas se arrancaban.
Cuando aquel mozuelo
frente a él se sentaba
ejecutando las obras
de los eximios músicos.
El temperamental Beethoven
los bellos valses de Strauss
la melancolía y pasión de Chopin
y la dulzura melodiosa de Schuman.
Aquel joven pianista
que adentrado en la espesura
tocaba con sus dedos
rozando apenas el teclado
haciendo latir aquel instrumento
que se oía hasta en los cielos
donde ángeles y querubines
disfrutaban de sus notas.
Hoy ya el pianista ha crecido
el bosque le quedó chico.
Hoy anda de gira
tocando en grandes conciertos.
Salas repletas de gente
que de pie lo ovacionan
y en el bosque ha quedado
aquel piano callado.
Solo los cielos escuchan
lo que su madera encierra.
Ángeles y querubines
hamacándose entre las nubes.
Y en el paraíso aún se siente
a aquel joven intérprete
que dejó impregnado su sonido
entre las ramas de sus árboles.
Diana Chedel -Argentina-
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