domingo, 6 de abril de 2014

LEER, BEBER


Un día leí un libro que se titulaba "La náusea" y me dije: "Me voy a hacer existencialista",
pero no supe venderme, en aquella época,
nadie era existencialista,
al menos nadie de los de la camada de borrachos que se decían mis amigos,
borrachos tristes que no conocían a Bukowski
ni a ninguno de sus derivados.

Continué leyendo, esta vez "El lobo estepario".
Qué interesante todo, sí,
pero con los años,
cualquiera se vuelve a leer el mamotreto ese solo para iniciados.

Continué mis lecturas hasta caer en la tentación de intentar explicarme por qué leía.
Y volví a caer en brazos de la nostalgia con guantes de boxeo loando al dios Baco en cada whiski.

Me convertí en el adorno de mi mismo,
en la piltrafa que nadie veía,
mi pena era tan honda como un hoyo de adrenalina.

Nadie supo sustituir mi derrota,
la derrota de la crónica de una muerte anunciada y sin fecha de caducidad.

Conocí amigos cuérdamente locos,
que disparaban con pistolas de fogueo entre las piernas de la gente,
y a mujeres que exigían que yo no fuera yo.

Nadie comprendía a nadie porque el comprender no era de humanos.

Continué leyendo sin destino,
entre las espadas como labios
de los hijos de la ira.

Y seguí conjugando el verbo etílico para esconder las sombras de mi mirada.

GUILLERMO JIMÈNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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