Un herido silencio, el hombre ama
con los labios de un pájaro y los ojos
de un cristo abandonado a los antojos
del Látigo, del Fuego, de La Llama
que Arde en La Zarza Oscura de El que Clama
Obediencia Ciega y Niños Cojos
para el Milagro de la Fe: más piojos
en mi herida y ni un perro que me lama.
Qué tengo piel de viejo y voz de parto
de tanto padecer, de tanto rezo;
de estar al sol más horas que un lagarto.
Qué hable Dios: que si vivo en un bostezo
-esperando que hable-, haciendo esparto:
es por miedo a morir en un tropiezo.
No soy un aderezo
de Dios. Ni soy su apóstol. Soy su hambre:
el Ángel que Vuela en un Alambre.
Antonio Ramos Olmo -ESPAÑA-
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