Donde no existe el miedo, en el idilio
de la noche y el día, Dios no existe.
Sólo la luz, eterno pervigilio,
caracola del tiempo se resiste;
sólo el amor, tan sólo el alma, hilio
de esta verdad que ahora se desviste,
se multiplica como un vespertilio
chillando –sombra al sol-. Y un ángel triste
llora la muerte de este día y, llora,
la soledad del hombre, porque es breve
la vida de los pájaros; y, ahora:
¡Dios existe! Y existe, porque llueve
el corazón -existe y enamora-:
¡porque el sol resplandece con la nieve!
Antonio Ramos Olmo -ESPAÑA-
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